Los reportes de perros y gatos abandonados son a diario, y no dan tregua; es increíble como este problema mientras va en aumento, pareciera que la sociedad se vuelve más ciega ante esta situación que es muy real.
En esta semana, un caso que parte el corazón, fue el de una pequeña ángel atropellada, que llevaba días a la intemperie, botada en el cemento frio, bajo lluvia, sol, sin alimento y herida, lo más triste es que estaba ante los ojos de muchos transeúntes, no estaba en un lugar apartado sino frente a una parada de bus.
La alerta llegó al caer la noche, pero como los casos van en aumento, nos encontrábamos rescatando unos gatitos que fueron abandonados, ese día llovía a cántaros, el frio traspasaba los huesos, pero buscamos ayuda, y gracias a Dios, dos rescatistas que tienen un corazón inmenso, fueron a salvarla, mientras nosotros los esperábamos en la veterinaria, junto con los gatitos; entonces recibimos una llamada que nos estremeció, “Lo siento amiga, ya está muerta” alcanzaron a decir entre llantos.
Entonces la ira se mezcló con la frustración por no haber llegado a tiempo, la melancolía de imaginar cuánto sufrió, de imaginar que murió sola y a cuántas personas vio con su ojitos tristes, esperando que la ayuden, y para todos fue invisible, pasó muchos días en esas terribles condiciones, y nadie se condolió de ella, la vieron agonizante y no se les movió ni un poquito la conciencia ni el corazón, y aquí está el resultado de tanta indolencia ante el dolor ajeno, por lo que ningún ángel debería pasar.
Este triste episodio ratifica que la indiferencia también mata.
Los reportes de perros y gatos abandonados son a diario, y no dan tregua; es increíble como este problema mientras va en aumento, pareciera que la sociedad se vuelve más ciega ante esta situación que es muy real.
En esta semana, un caso que parte el corazón, fue el de una pequeña ángel atropellada, que llevaba días a la intemperie, botada en el cemento frio, bajo lluvia, sol, sin alimento y herida, lo más triste es que estaba ante los ojos de muchos transeúntes, no estaba en un lugar apartado sino frente a una parada de bus.
La alerta llegó al caer la noche, pero como los casos van en aumento, nos encontrábamos rescatando unos gatitos que fueron abandonados, ese día llovía a cántaros, el frio traspasaba los huesos, pero buscamos ayuda, y gracias a Dios, dos rescatistas que tienen un corazón inmenso, fueron a salvarla, mientras nosotros los esperábamos en la veterinaria, junto con los gatitos; entonces recibimos una llamada que nos estremeció, “Lo siento amiga, ya está muerta” alcanzaron a decir entre llantos.
Entonces la ira se mezcló con la frustración por no haber llegado a tiempo, la melancolía de imaginar cuánto sufrió, de imaginar que murió sola y a cuántas personas vio con su ojitos tristes, esperando que la ayuden, y para todos fue invisible, pasó muchos días en esas terribles condiciones, y nadie se condolió de ella, la vieron agonizante y no se les movió ni un poquito la conciencia ni el corazón, y aquí está el resultado de tanta indolencia ante el dolor ajeno, por lo que ningún ángel debería pasar.
Este triste episodio ratifica que la indiferencia también mata.