El “bien común” es un concepto ampliamente mencionado en las esferas de la sociedad y particularmente en el ámbito político, sin embargo, su significado es ambiguo y convoca a discusión.
Por definición se entiende al “bien común” como las condiciones de la vida social a través de las cuales los seres humanos podemos alcanzar plenitud y perfeccionamiento propio, y justamente es allí donde surgen las discrepancias interpretativas pues resulta difícil identificar de manera clara y precisa cuáles son esas condiciones de vida ideales para que los individuos podamos alcanzar el bienestar.
En todo tiempo ha existido dificultad para identificar aquellas condiciones de vida óptimas para todos, y como consecuencia se ha llegado a pensar que es más fácil establecer una lista de condiciones indeseables o negativas que el individuo desea evitar para sí mismo y para la comunidad, y por lo tanto procura no experimentarlas.
Ahora bien, en el ejercicio de construcción de la lista de condiciones deseables o indeseables surge una nueva complejidad ¿quién está en capacidad o legitimidad de elaborar tal o tales listas?, sin olvidar que el mundo se compone de sociedades pluralistas y democráticas, donde existen poblados con principios, valores y formas de vida distintas y heterogéneas, aunque no excluyentes.
Entonces, ¿cuáles son los referentes ideales para comprender y construir el concepto del “bien común”? ¿es posible hablar de un “bien común” universal o más bien de conceptos particulares según las propias culturas? ¿puede el hombre, saltando los preceptos de un ser supremo, construir su ideal del bien común? Son interrogantes legítimas que surgen en torno al concepto.
Aunque el ser humano, a través de la historia, ha ido decantando el concepto del “bien común”, la complejidad comprensiva y práctica del término seguirá persistiendo, más aún en la esfera política donde el término ha sido usado y abusado al punto de haberlo convertido en un instrumento ideológico en lugar de un referente moral.