
(Foto de archivo personal)
Un buen profesor que tuve solía decir que el mejor estudiante no es el que tiene acertadas respuestas, sino aquel que hace las mejores preguntas. Quizás, su afán era el de enseñarnos; de que para vivir sabiamente no se requería de tener la respuesta a todo, sino, simplemente, ser capaces de plantear las preguntas correctas frente a los diferentes acontecimientos de la vida.
La complejidad del mundo moderno, caracterizado por un acelerado avance tecnológico, detrás de ese disfraz de buscar “facilitar la vida” de los seres humanos, solo está contribuyendo a acentuar aún más las contradicciones. Cada día se amplía progresivamente la brecha de quienes pueden estar a tono con los nuevos sistemas y procesos, mientras que, en paralelo, se acorta el segmento de quienes están calificados para enfrentar lo que se viene.
Recientemente, Facebook anunció un rediseño histórico en su interfaz: ahora se dará mayor prioridad a la interacción en los grupos, apostando a fortalecer las comunidades de personas con intereses afines. Sin embargo, el desarrollo y penetración de las redes sociales en los últimos años ha evidenciado que mientras más conectados estamos, más solos nos sentimos. Como señala el popular historiador israelí, Yuval Noah Harari, “vivir conectados no necesariamente implica vivir en armonía; pues en el mundo virtual con un clic se puede escapar de una persona desagradable o incómoda, pero no es posible darle “un follow” a un vecino o compañero de trabajo”.
Por otra parte, mientras los servicios de mensajería y redes sociales invierten ingentes recursos para acelerar y ampliar al máximo la capacidad de mantener a las personas conectadas entre sí, emergen con fuerza alrededor del mundo nuevos nacionalismos distorsionados que recurren a la herramienta más primigenia para defender el territorio y separar a las personas: “los muros de piedra”.
Así mismo, la Revolución del “big data”, la automatización, y la inteligencia artificial, han conducido a que hoy las máquinas tengan capacidad de decisión, por lo que cada vez más procesos industriales y comerciales funcionan por sí solos, sin necesidad de las manos del individuo. En nombre de la productividad y la competitividad, se están eliminando puestos de trabajo mecánicos y físicos, bajo el ofrecimiento de que aparecerán nuevas profesiones y puestos de trabajo, hasta hoy desconocidas.
¿Qué pasará con los países que no puedan insertarse en esta nueva economía?
La única respuesta posible, es un escenario en donde se acrecienten las desigualdades y se concentre aún más la riqueza en los países más desarrollados. Hace un par de años, Stephen Hawking ya abrió el debate: “(…) el auge de la inteligencia artificial será lo mejor o lo peor que le haya ocurrido a la humanidad. Aún no sabemos cuál”.
En este contexto de contrasentidos, querer asumir el reto de ser un paladín anti-sistema, es loable, pero poco efectivo. Detener el avance de la tecnología es casi imposible. No obstante, y haciendo referencia a la introducción de este artículo, podemos empezar por asumir el rol de “buenos estudiantes”, y poner en el tapete de la discusión pública algunas necesarias preguntas ¿qué tipo de uso daremos a las nuevas tecnologías? ¿Cómo evitaremos que se profundicen las brechas? ¿Cómo vamos a enfrentar las contradicciones contemporáneas?
VOZ CIUDADANA:
Matías Abad Merchán, Mst. Formación de Ejecutivos y Desarrollo Profesional |
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