
La corrupción, ha alcanzado cual un virulento virus; la voluntad de los Ecuatorianos, en una forma casi totalitaria. Esto, se refleja en el fútbol, en las Universidades, en el Gobierno, entre los empresarios; hasta el punto que nos volvimos indiferentes y tolerantes sin saber valorar la honestidad, mientras tanto este virus letal de la corrupción acelera nuestra inconsciencia colectiva, rezagándonos como sociedad de toda forma de evolución ética y estética.
No escribo, ni digo esto, para plantear fórmulas generales y abstractas sobre la problemática del Ecuador, (la crisis), que se resume en una poderosa corrupción intelectual, espiritual, y material, de nuestra dirigencia; y al mismo tiempo, los ciudadanos se corrompen en su gran mayoría por su propia inacción.
No alcanzará nunca un pueblo sanación, si en masa se goza plenamente de revolcarse entre sus llagas y su propia pus. La voluntad colectiva está minada, ergo, la única forma de rectificar tal corrosión de la sociedad, sería como hacen algunos pueblos Orientales: “Cortarles las manos, o darles cadena perpetua o pena de muerte, para todos aquellos que delincan contra el bien común”.
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