“El alma en los labios”. Más que poesía, una declaración suicida por amor.
Alguna vez habrás cantado o simplemente tarareado esta exitosa canción, popularizada en los años sesentas por Julio Jaramillo.
Su contenido; lleno de pesar, nostalgia y tristeza, invita al lector a sentir el romanticismo doloroso que envolvió a Silva para escribirlo.
Sin embargo, la historia va más lejos del sentimiento infundido en aquel poema.
El 10 de junio de 1919, dos días después de haberlo escrito y cumpliendo 21 años, Medardo Ángel Silva, se dirigió hacia el domicilio de Rosa Amada Villegas, la niña, ahora mujer, que le robase el corazón en una ilusión fugaz, a la corta edad de 15 años, pero dejándole una huella indeleble en el alma. Ella lo inspiraría para redactar su última voluntad hecha poesía.

Ya encontrándose en casa de su amada y; consecuentemente, después de haber mantenido una conversación salida de tono, Medardo se aprestó a retroceder unos pasos, al tiempo sacaba también un arma de su traje, finalmente se disparó en la cabeza. Dejando el trozo de papel que contenían sus versos encima de un piano, con su cuerpo tendido inerte en el piso, frente a su horrorizada amada.
Perteneciente a la llamada generación de los decapitados, Silva representó el modernismo en Ecuador. Además, fue director de importantes revistas poéticas nacionales e internacionales; en la primera década del siglo XX sus obras más prolíficas lo llevaron a destacarse en el medio literario, llegando a ser redactor del diario “El Telégrafo”.
También se destacó en el género narrativo. Teniendo además de este poema como principales obras: “El árbol del bien y del mal”, que redactó y produjo desde su adolescencia, y una novela corta llamada “María de Jesús” entre otras.
El tedio, el desgano o el hastío de no saber vivir sin su Amada, lo condujeron posiblemente hacia la locura.
“…Ya que sólo por ti la vida me es Amada”.
El día que me faltes, me arrancaré la vida”.
Trágicamente así se escribieron las dos últimas líneas del primer párrafo de esta poesía; sin embargo, a pesar que para muchos sea solamente la letra de una canción, para Silva fue el ofrendar su riqueza mas grande, la literaria; además, su angustioso amor a quien no le correspondía.
Tan triste como la música de este Pasillo, y su letra fue el final del “Niño suicida”, un epitafio que él mismo escribió con sangre.
C. Renato Moncayo Moscoso
Corresponsal en Cotopaxi