
¡Ay! El hombre siempre requiere de héroes.
Desde la caverna ha dibujado suficientes elementos
para fabricar héroes, flechas, arcos,
carruajes y cuerpos humanos
que han derrotado a bestias y a ejércitos.
¡Que trágica tragicomedia!
El hombre ha hecho del poder una apología maravillosa,
desde la época de los cazadores,
que traían las pieles de osos, lobos, tigres o elefantes;
el hombre que traía los alimentos
siempre era ponderado como su héroe,
más aún si venía herido, lo importante era
que había vencido a la bestia para alimentar a todos,
pero sobre todo primó el mito de los guerreros
que derrotaban a todo tipo de pueblos
al ritmo de tambores y desfiles
con que traían las cabezas de sus enemigos,
o de los presos.
Esos relatos heroicos constituyen
el falo histórico de la familia
y de todos los pueblos,
ya que la guerra al igual que la cacería
son la máquina de poder con las que justifican
los crímenes en nombre de un fin superior:
Soberanía alimentaria familiar y soberanía para seguir comiéndose entre hombres.
Así lo humano solo fue, es y será,
un decorado de heroísmos
que justifica y justificará inclusive su crueldad.
TIRO: 116