El ego enseña, que el Cielo está aquí y ahora porque el futuro es el infierno. El único tiempo que el ego le permite contemplar a cualquiera con ecuanimidad es el pasado. Más el único valor de este es que no existe.
Cuán desolado y desesperante es el uso que el ego hace del tiempo y cuán aterrador. Pues tras de su fanática insistencia de que el pasado y el futuro son lo mismo se oculta una amenaza a la paz todavía más insidiosa. El ego no hace alarde de su amenaza final, pues quiere que sus devotos sigan creyendo que les puede ofrecer una escapatoria.
La creencia en la culpabilidad conduce a la creencia en el infierno. De la única manera que el ego permite que se experimente el miedo al infierno es trayendo al infierno aquí, pero siempre como una muestra de lo que espera en el futuro. Pues nadie que se considere merecedor del infierno puede creer que su castigo acabará convirtiéndose en paz. El infierno es únicamente lo que el ego ha hecho del presente. La creencia en el infierno es lo que impide comprender el presente, porque se le teme.
Como el ego usa el tiempo es imposible librarse del miedo, porque la base de su enseñanza es la culpabilidad, hasta que lo envuelve todo y exije eterna venganza. No es el presente lo que da miedo, sino el pasado y el futuro, más estos no existen. El miedo no tiene cabida en el presente, el presente se extiende eternamente.
Se puede usar el tiempo como un instrumento de enseñanza para alcanzar paz y felicidad, eligiendo este preciso instante, ahora mismo y pensando en él como si fuese todo el tiempo que existe. Entonces, nada del pasado puede afectar, y es en él donde cada persona se encuentra absuelto, libre y sin condenación alguna. Desde este instante nace la santidad individual, la persona “nace de nuevo”, y seguirá adelante libre de todo temor.
Edison Suárez – Corresponsal en Sucumbíos.