Hoy el Ecuador está en crisis, como siempre lo ha estado. Aunque la pandemia del Nuevo Coronavirus nos sitúa en una problemática que es nueva en muchos sentidos, no es la primera gran catástrofe, ni mucho menos la primera ocasión en que la economía se colapsa y la crisis política de nuestras instituciones sumidas en el desgobierno y la corrupción dejan a la República agonizante. Para cualquier ecuatoriano, joven o anciano, es difícil contar todas las crisis económicas, los escándalos políticos y los estados de excepción que hemos vivido. Aún más difícil es tratar de recordar un año en que los sabios y distinguidos profetas de la economía no nos hayan dicho que es el peor año de su larga y letárgica vida. La emergencia, para el ecuatoriano, es un modo de vida. Sin embargo, algunas emergencias son claramente peores que otras.
Es particularmente en estos momentos de singulares emergencias en las que más escuchamos hablar de nuestro pasado y de nuestro futuro. En estos días, algunos nos dicen que hemos vuelto al pasado de la partidocracia inerte y la corrupción más vulgar de los tristes y largos años 90. Otros prefieren sugerir que seguimos reos del pasado cercano del correato, señalando la continuidad de personajes políticos que, aunque ahora son los enemigos acérrimos de Correa, alguna vez posaron sonrientes junto al Gran Ausente de nuestros días. Y no faltan quienes, como en cada generación, mas bien añoran el espectro de un supuesto pasado de valores donde las cosas al menos no eran como ahora. Pero eso solo es la mitad del asunto.

En el país de balsa, con su esperanza que nunca se hunde, también escuchamos la promesa del futuro. Unos anuncian que volverá la Revolución, esta vez más fuerte que nunca, pero sin descartar alianzas hasta con movimientos que en su momento condenaron de infantiles. Otros claman por nuevos salvadores, muchas veces pidiendo que cambien al Ecuador. Nuestros paladines del viejo orden, verdugos de fibra óptica, reclaman que lo hagan duro como se imaginan al Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos de Trump. Mientras tanto, nuestras mentes libres y en constante ruptura lo exigen ilustrado como creen a los míticos regímenes del Primer Mundo. El resto no pide mucho, pero igual pide jóvenes. De hecho, de los sabios del pasado y los augures del futuro, pocos son los que no reclaman por los jóvenes.
Y sí que les piden a los jóvenes. Esos jóvenes tan perfectos porque no tiene nombre ni rostro. Les ruegan que nos regresen al pasado ejecutando a los corruptos y persiguiendo a los delincuentes. No importa que todo eso ya haya fracasado o que le haya costado tanto a inocentes. Les suplican que nos empujen al futuro, con cosas como una Asamblea de doce honorables reunidos vía Zoom para no gastar en viáticos, así como se imaginan a los fabulosos startups. Después de todo, acá por cada soñador no solo tenemos a un director técnico, sino también a un experto en legislación que además jura que puede cuadrar el Presupuesto General del Estado en su tiempo libre.
Mientras tanto, los jóvenes que sí poseen el divino regalo de la existencia se desesperan. Unos militan, otros hacen memes y los demás militan con memes. Aunque unos pocos ya están en la política, incluso dentro del servicio público, desde las alturas de la embatida majestad republicana, pasando por lo recóndito del recio trabajo virtual de la Asamblea, hasta la aguerrida pelea en lo zonal y lo autónomo-descentralizado. Y créanme, ellos también desesperan. Desesperan por muchas cosas, y descubren cada día que no pueden confiar tanto como creían, que la esperanza sobra pero la buena voluntad escasea, que están atrapados en un presente tan delimitado por tantos pasados y tantos futuros que parece que apenas existe. ¿Cómo no desesperar?
Y es que desesperamos porque no tenemos un presente en que vivir, ni los jóvenes ni nadie. El ecuatoriano sobrevive y se aferra al pasado o al futuro. No podemos construir y mas bien tratamos de salvar lo que podemos, porque no hay una base sobre la cual pudiéramos edificar un país o siquiera poner en orden nuestras vidas. Sin una idea clara sobre el Ecuador, pareciera que el único refugio que nos queda es soñar. Soñar con lo que hubiera sido un o lo que pudiera ser.
Aunque con tantas decepciones y con tremenda impotencia es comprensible que nos cueste esforzarnos en centrarnos en nuestro presente, fuera de los malos y buenos augurios y despegados de los fantasmas del pasado, esa la única salida. Nunca podremos tener partidos ni organizaciones sociales serios y con proyectos a largo plazo si nos domina el miedo a la imagen de algunos viejos partidos. Nunca podremos garantizar ninguna continuidad política si seguimos demonizando a cualquier político veterano, ni podremos integrar a los mejores jóvenes si seguimos idealizando a cualquier nueva cara. Jamás saldremos del abismo de la eterna crisis si seguimos creyendo que cada año que viene será terrible como el anterior, abandonando toda capacidad de arriesgarnos.
No podemos negar que es difícil enfrentarnos a nuestro presente. Pero no nos queda otra opción. El Ecuador debe hacer las paces con su pasado y construir su futuro sobre cada nuevo presente, sin milagros ni trucos. Para levantar a la Patria, primero hay que darle un verdadero presente para que se sostenga.