La democracia tiene filosóficamente dos vertientes:
La pesimista, que agrega demasiados ingredientes negativos, como por ejemplo; “que la voluntad general no puede fallar”, sin embargo “falla demasiado”, y por ende, tiene que haber alguien sabio que nos oriente, y la otra variante; la optimista, que defiende la pureza de las ideas y la elección pura, olvidándose de remarcar que la democracia no hay que idealizarla, sino embarcarse en ella con sus defectos y virtudes, sin que la defensa de su pureza nos haga transgredir los límites de una democracia pragmática que nos hará vivir sin regímenes milenaristas totalitarios, ya que ellos parecen ser los únicos elegidos para llevar esa tarea de purificación de la sociedad. Es decir, ser los únicos misioneros históricos para salvar a la humanidad.
La democracia, sobre todo, debe limitar cualquier forma de totalitarismo.