¿Se puede mitigar la violencia con más violencia?
Esta es una pregunta que deberíamos hacernos todos. De esto surgen muchos cuestionamientos, como: ¿Cuál es el país que queremos todos los ecuatorianos?
Un país libre, democrático, de paz, de esperanza y desarrollo, de lo contrario; debemos recurrir a la opresión, imposición ideológica, insurrección, desesperanza y miseria.
Esto ha puesto en mesa de reflexión, que la resistencia y la desobediencia son herramientas de la sociología política de la protesta, pero el ordenamiento político ha fracasado en el ejercicio de la soberanía, porque las élites políticas quieren tener el control democrático desde el modo de la “insurrección”.
La resistencia, rebelión, revolución e insurrección no significan reforma, ni conquista del Poder del Estado, todas estas tienen como fin; el conflicto, el caos.
El desempleo, la economía, la libertad, la justicia, son probablemente los sistemas que más adolecen a Ecuador. La corrupción, en estos sistemas mencionados, ha hecho que los ecuatorianos tomen la bandera de la revolución como una forma de contrapeso y se ve reflejada en las calles a través de las manifestaciones y protestas. Pero, de nada sirve pedir reformas a los que están inmersos en la corrupción, están pidiendo peras a la higuera.
Esto no se trata de moralidad, ni de corrientes ideológicas, el problema es más profundo. La falta de garantía de un Estado para impartir justicia y velar por los derechos ciudadanos es el problema más serio que tiene el Ecuador. Hemos visto, como en gobiernos anteriores, casi todo el gabinete ha sido sentenciado; prófugos de la justicia por actos de corrupción y el primer mandatario a estado ajeno de lo que sucedía, que todo se ha hecho a sus espaldas, que él no sabía, que no los conoce, que era inocente, perseguido político, víctima.
La falta de pruebas y la muerte accidental de los testigos han hecho que abogados corruptos utilicen muy bien la “trampa” para evadir la justicia.

Cuando un gobernante tiene en sus manos la Contraloría, la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo… puede hacer su voluntad. Este es un mensaje a la sociedad ecuatoriana de que ellos están por encima de la Justicia. Y a esto se le conoce como insurrección. Porque desobedece el orden establecido (la ley, la constitución), esto es saltarse sobre la autoridad. Es imponer una corriente ideológica a través del caos, con la palabra camuflada “REVOLUCIÓN”.
Revolución, no significa libertad ni cambio, significa opresión, caos, violencia. En el terreno del cambio el ámbito de aplicación es la transformación, la concientización. La falta de conciencia es la que ha hecho que gente corrupta siga en el poder después de haber sido procesado, juzgado o sentenciado por actos de corrupción. Y decimos que vivimos una democracia. ¿Realmente lo creen?
Otro cuestionamiento que nace es, ¿qué futuro estamos marcando para las próximas generaciones?
El mensaje que estamos dejando es “no hay nada que hacer”, “la corrupción debe ser aceptada como algo normal”, “los políticos tienen el sartén por el mango y debemos agachar la cabeza”. El discurso de los corruptos es en contra de quienes exigen educación, salud, libertad, bienestar.
Los derechos están bien representados en la Constitución, el miedo no es una opción, hay que decir ALTO a tanta estupidez, a tanta mediocridad, es momento que la inteligencia tome su lugar, los principios son inquebrantables y no negociables. La conciencia tiene la capacidad para SER. Para cosechar una buena sociedad es necesario sembrar desde hoy la bondad, la integridad, la cooperación, las virtudes y los valores.
Edison Suárez – Corresponsal en Sucumbíos.