A partir de la mitad del Siglo XX empieza a generarse el interés por el estudio del desarrollo de las economías en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial se produce la independencia de varios pueblos africanos y con esto surge la preocupación acerca de cómo la falta de industrialización y la fuerte dependencia en la extracción de los recursos naturales proporcionó muy bajos niveles de crecimiento económico en gran parte de estos países.
Si bien, se puede pensar que la abundancia de recursos naturales automáticamente significa riqueza y prosperidad para los países que los poseen, en términos prácticos y según muestra la evidencia científica, no ocurre tal cosa.
La deficiente explotación de tales recursos ha traído consigo lo que se conoce como “la maldición de los recursos naturales” o “la paradoja de la abundancia”. Esta teoría de la maldición de los recursos naturales, genera una amplia discusión sobre la idea de que la alta dependencia y la abundancia de los recursos naturales que posee un país o región, se constituyen en un obstáculo para su desarrollo económico y social.
Los países africanos y latinoamericanos normalmente se caracterizan por tener una abundancia de recursos naturales, como los minerales, los residuos fósiles y otros recursos no renovables. En la mayoría de estos países no se percibe el real valor de sus recursos pues al existir abundancia se da por sentado que siempre estarán disponibles para ser extraídos y alimentar sus economías.
No obstante, varios autores han demostrado la existencia de una correlación fuerte entre la abundancia de los recursos naturales y el crecimiento económico deficiente de los países o regiones, tal es el caso de países explotadores de petróleo como Ecuador.
¿Qué es lo que ocurre?
Sucede que, en torno a la abundancia de los recursos, los ciudadanos entran en conflicto con los gobiernos debido a la deficiente gestión y transparencia con que se administran los ingresos generados de la explotación, pues normalmente las autoridades deciden destinar las ganancias en excesos de burocracia y despilfarros públicos que no representan ningún tipo de inversión social en salud, educación, seguridad, etc., por lo que no se percibe un bienestar real para la población.
Los altos niveles de corrupción asociados a diversos funcionarios e instituciones que operan en torno a la explotación de los recursos naturales, también a empresas con carácter privado y a dirigentes gremiales sin ética, van generando distorsiones, desconfianza y pérdidas monetarias que empobrecen las arcas fiscales, y por lo tanto limitan la posibilidad de desarrollo económico y social.
Por otro lado, la debilidad de las Instituciones Públicas que normalmente se observa en los países poseedores de recursos naturales, no permite que se ejerzan procesos de gobernanza eficientes que ayuden a capitalizar mejor los réditos que deja la explotación de estos recursos.
Por su parte, al no existir equidad en el reparto de la riqueza generada, los ciudadanos que se sienten menos favorecidos y más afectados con las actividades de extracción se ven en la necesidad de oponerse a que las concesiones ingresen a sus territorios para evitar que se destruya y contamine su entorno.
A pesar de que países como el nuestro han subsistido históricamente de este tipo de recursos, también es cierto que no ha sido posible que alcancen el anhelado desarrollo,
sin embargo, en la región, países como Chile, demostró que era posible mantener un equilibrio para aprovechar mejor las ganancias derivadas de estas actividades y lograr desarrollo social y económico, pero solo ha sido posible gracias a la fortaleza y transparencia de sus Instituciones Estatales y a la presencia de gobiernos altamente técnicos y con habilidad política suficiente para desplegar acciones de gobernanza eficaz que han posibilitado el consenso con las comunidades para continuar con la explotación de los recursos, optimizar el uso de los beneficios económicos generados y devolver a la población en mejoramiento de su calidad de vida.