
La pandemia hizo evidente la pandémica y endógena corrupción en el Sistema de Salud público y privado ecuatoriano.
El Estado que debería estar diseñado para aliviar el sufrimiento, “disipándolo”; resultó que despilfarra el dinero entre sobreprecios, inventarios caducados, hurtos en bodegas, sobre facturaciones colusorias entre servicios privados y públicos.
Lo grave, es que nadie ha tomado conciencia de que esta realidad sanitaria en el Ecuador sigue siendo fuente de inspiración para el atraco, y no fuente radiante de transparencia sanitaria.
El Estado tiene que depurar y seleccionar una nueva casta de tecnócratas, teóricos y empresarios más honestos; de lo contrario, la metástasis en el Sistema de Salud llegará a los máximos absolutos, sin dejar ninguna, pero ninguna, célula viva.
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