Vivos colores matutinos; los dioses nos miran.
Suenan las metrópolis y los campos, la mística está desfalleciendo; tarde hemos comenzado a tender los brazos hacia el cielo.
Hemos ceñido demasiada impaciencia a nuestra propia vida, la senda humana se ha vuelto borrosa, estamos naufragando en un pequeño vaso cósmico colmado de ensalzadas y reensalzadas codicias y vanidades.
No hemos comprendido el escandaloso silencio del cosmos, y aunque todo luzca radiante como si estuviéramos bogando hacia los dioses; la carencia humana por lo sereno a ritmo de cadencias decadentes lo va estrellando día a día en una danzante tragicomedia, propia de una humanidad delirante.