“Guayaquil, ciudad hermosa, de la América guirnalda de tierra bella esmeralda, y del mar perla preciosa…”. Así empieza, Juan Bautista Aguirre, en su poema Décimas a Guayaquil.
Hay dos clases de guayaquileños, “los que nacen y los que se hacen”, en este caso a mi me tocó nacer en esta ciudad en el año 1992. Recuerdo que a mis 6 años paseaba junto a mis padres en la Alborada; barrio alegre, limpio, con mucho tránsito, comercio, pero en la que siempre debías andar pilas.
Escuchaba a mi padre conversar de León, Alcalde que levantaba pasos a desnivel, hacía obras de vialidad, me explicaba que a nuestra ciudad la habían rescatado de los Bucaram.
Soy un ciudadano alegre y transeúnte de una metrópolis que no tiene nada que envidiarle a ninguna ciudad del mundo. Estoy orgulloso de ser “guayaco”, de comerme un encebollado y de pedir a la madrina que me de la yapa. Como bien lo dijo Carlos Julio Arosemena: “Ser guayaquileño es tener una actitud ante la vida y una resolución ante la muerte”.
En cada viaje que emprendía, sea al interior o al exterior, me daba cuenta que nuestra ciudad está para cosas grandes y que solo se necesita administrar bien los bienes municipales, que los cabildos servían sin descansar, y sobre todo, entender que Guayaquil tiene todo para hacer una capital turística, industrial, gastronómica y comercial.

Los “monos” no tenemos horarios, ni limitantes, somos grandes emprendedores. Muchos de los grandes negocios guyaquileños nacieron en un portal, o en un pequeño local. Pues, somos esa amalgama de gente luchadora y emprendedora que llegó, y llegará, a enamorarse de Guayaquil.
Para caer rendido en los brazos de Guayaquil solo necesitas probar un encebollado, comer cangrejos, tomarte una Pilsener y amar esa camiseta de uno de los dos equipos más grandes del país.
Este artículo, pretende hacernos sentir guayaquileños hasta las fibras más profundas. Los guayacos jamás permitiremos que ninguna autoridad de turno tire al traste ese modelo exitoso que hasta hace unos meses funcionaba, y que hoy está sumido en abandono y derroche.
Las cosas hay que decirlas y no dejarlas pasar, no podemos confundir arte con decoración, repagar murales, dilapidar con precios exorbitantes contratos de limpieza, eso es abusar de la bondad de los ciudadanos que votaron y eligieron una autoridad que dijo que administraría y velaría por nuestra ciudad, pero que hoy hace culto a su imagen.
Hay que poner un “ya basta”, y levantar nuestra voz para que Guayaquil vuelva a ser esa Ciudad Puerto y la Perla en la que quiero vivir y morir.
Giovanni Reyes – Corresponsal en Guayaquil, Parroquia Tarqui.