De la demanda elemental de techo y comida, el hombre pasó a la fase sedentaria, donde comenzó a demandar adicionalmente “trabajo“, ya que la comida estaba lejos, al igual que el techo, y había que pagarla.
Más el hombre tiene alma y cuerpo, y sin cesar sigue procurándose placeres, cuya variada gama es hoy su “canasta básica”, por la que día a día tiene que luchar, transformando su pasión dominadora en el hecho de crear y vender sensaciones aunque lo termine tragando el Mercado o el Estado.
Al fin de cuentas, la naturaleza del ser es sensualmente sensitiva.