
Ya no se trata del loco Abdalá, hace rato que ya pasó de moda.
Aquí seguimos todos apiñándonos como pueblo y agradeciendo por las gracias y desgracias, que no nos sacan de la pobreza pero que nos llenan de esperanza.
Aquí también el caudillo “amatorio y oratorio”, que sube y baja en las encuestas y en las redes sociales como que si fuera un saltimbanqui.
Así fue, que él nació en Guayaquil hace más de 50 años, en el Litoral ecuatoriano, siendo un niño extremadamente difícil, a quien le sonrió el poder y sufrió una metamorfosis cuando apedreaba fervorosamente a un Coronel, que hoy ya no tiene quien le escriba. Gobernó con espirituales cánticos en medio de una dolorosa soledad y generó angustiosas dudas entre los pelucones a los que enriqueció e insultó, en tanto inventó una nueva Constitución para que su poder trascienda más de 300 años.
Primero puso y dispuso que Lenin debía ser nuestro “nuevo redentor”, y como no le resultó fiel, ahora dice a gritos que “Andrés Arauz debe ser”. Seguramente, si Arauz resulta elegido, y no lo dejan volver, gritará otra vez “traición”, “traición”, porque a él se le impidió que no pueda ser, por segunda vez.
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