Los Juegos Olímpicos fueron considerados por los antiguos griegos como un regalo de los dioses a su nación. En la actualidad, son considerados como un regalo de la cultura griega a la Humanidad.
En una época en que las luchas de los griegos entre sí eran constantes, el oráculo de Delfos, consultado por los Elianos les instaba a reunirse en Olimpia y, olvidándose de la guerra fratricida, convertir su antagonismo en una noble competición en el campo de los deportes.
Los Juegos Olímpicos les recordaban que poseían una lengua común, un origen racial común, unas leyendas comunes y un culto común a los doce dioses mayores que moraban en el Olimpo. Para alabar a Zeus, precisamente, el mayor de todos ellos, fue para lo que se crearon los Juegos Olímpicos. El espíritu de comparación, la competición, era algo que corría por la sangre helena.

Los griegos competían por todo, era en esencia una competición en la que ganaban su corona. El objetivo era ganar a través del juego limpio; no de la guerra. Ésta es la razón por la que el premio no podía consistir en dinero, ni tierras, ni nada material. Los atletas recibían el galardón en forma de corona de olivo (no de laurel, como se ha escrito), que simbolizaba la gloria eterna.
Los griegos compitieron así durante centurias para ganar solo un trofeo en forma de hojas de un árbol, pero esta corona está ligada a los ideales de los Juegos Olímpicos. Todos competían en igualdad de condiciones, sin importar su escalafón social. El primer gran campeón fue un cocinero llamado “Korigos” de Elis. No se puede buscar mejor ejemplo para definir el carácter democrático y amateur de los Juegos.
El fuego se adoptó como símbolo de los Juegos Olímpicos Modernos, mediante una carrera de relevos, no existía esa costumbre en la antigua Grecia. El Barón Pierre de Coubertain instauró esta costumbre, donde el paso de una antorcha en una cadena extensa representa la cadena de la vida.
Alfredo Rodríguez, corresponsal en Guayaquil, parroquia Ximena.