Con tal potencia envejece la vida, que el falo de “Mi Padre” siempre resucita con su piel antigua.
Un coro silencioso despierta desde la antiquísima caverna; el viejo falo de mi Padre sigue dejándonos huellas, más, su nombre, es una herida firme que enjuicia al Ser y determina el “Yo” como una “vieja ficción” entre Dios, Padre, y nosotros; sus Hijos.
