
Nadie realmente le para bola a la indigencia, más bien es ensalzada por el poder.
Luego, grito tras grito se desgarra, de los corazones de los que dicen amar a los indigentes con una brutal y caritativa indiferencia.
Allí frente a los Templos grandes, los indigentes que han aprendido a domar los oleajes del día a día; en tanto, políticos y religiosos se proveen de más y más tesoros, en nombre de los indigentes; mientras el viento, el frío o el calor, abaten al indigente, haciéndolo buscar y rebuscar sobre las fronteras de la aurora y del poniente, su propio pan.
Allí a una pulgada de distancia, el indigente encuentra su real tesoro: “su propia acción y la gratitud para su propio Dios”.
El indigente digno encuentra una dádiva de oro en su propio quehacer, así crece su fuste para salir de la indigencia como Dios lo ordena.
TIRO: 218