“Pobre aquel ser humano al que alguien le quiere vender su filosofía,
está al frente de un adoctrinador”.
Los Chinos desde la época de los señores feudales usaban el pensamiento confuciano para exaltar el trabajo, la disciplina, la honestidad y el sentido colectivo. Los jefes tenían la obligación de proporcionar a sus súbditos, los signos y emblemas que le permitían imponer las reglas y su jerarquía social.
Por ello, la escritura se constituyó como un instrumento vital de dominación política, como por ejemplo: La Biblia para las iglesias cristianas, reyes y príncipes que la usaron como instrumento de dominación, o como en su momento representó “Das Kapital” de Karl Marx para los comunistas.
El manejo de estos lenguajes fue en algunos casos como el Libro Rojo de Mao, un instrumento para la manipulación social.
Desde Moisés con sus tablas, la función básica de la escritura es favorecer la sumisión. Vale acotar, que el látigo de la mano de estos libros ha sido durante milenios y siglos, sinónimo de aprendizaje. Por ello, a partir de la modernidad occidental, es necesario exigirse una lectura no instructiva, que no nos induzca a platonismos, sino a una lectura liberadora, es decir, un lector elaborando su propia interpretación, que no acepte la imposición de lecturas autorizadas, y que tenga la capacidad de reescribir y sobrescribir dentro del concepto del saber ajeno, introduciendo sus propias variables, no mirando el pensamiento ajeno como un trabajo cerrado, sino como un trabajo en continuo proceso.
Los poderes y los poderosos suministran lecturas y símbolos para dominar, y nuestra obligación es leer, buscando nuestra propia alternativa entre tantas potencialidades.
Hay que tener cuidado con la literatura que se nos suministra porque puede tomarnos como imbéciles al no ser una vía para solucionar nuestros problemas. Es necesario recordar que “la unidad del Estado Único, es monotonía y monopolio”, que a lo único que conduce es al empobrecimiento humano.