
Natalia Espinosa
(Foto de archivo personal)
En esta época, en la que dormimos con el sin sabor del sin saber… extrañando quizás, lo insípido del transcurso del tiempo, que anterior e inexplicablemente nos brindaba una especie de seguridad, frente a estos cotidianos y pasionales, pero potentemente posibles encuentros imaginarios con la muerte, reflexionar en torno a la obra de Natalia Espinosa, es como ella expone, añorar la edad en que las moralejas de los cuentos nos permitían fantasear el aroma a justicia, o por otro lado, interpelarnos sobre el propósito de nuestros días, que dependiendo del resultado ante nuestras expectativas, nos brinden la certeza de estar pisando más o menos fuerte.
Espinosa, fundadora del taller de cerámica Perro de Loza en el barrio La Floresta en Quito, se define como una “artista práctica, de oficio ceramista”, que utiliza las herramientas con el objetivo de armar, arreglar o solucionar problemas. Expresa que su trabajo, “más que pensarlo es hacerlo”, y lo realiza a través del reconocimiento y la intuición, a la que afina ya sea leyendo o caminando por la calle. Espinosa no se decanta por los concursos y más bien le entristecen las limitaciones de esos circuitos, por el contrario, aprecia los eventos en los que convergen el arte y la comunidad, ya que le permiten preguntarse sobre su rol como artista en la sociedad, y fijarse en esas interrogantes que se suponen respondidas, pero en los porqués se profundizan en mayor medida.

Cerámica y esmaltes
21 x 30 x 35 cm.
2019, fotografía Martina Orska

Terracota y tierra sigilada
34 x 44 x 54
2008
Natalia, nos cuenta que el vinculo con la arcilla surgió por “pura nostalgia”, ya que este utensilio le permitía volver simbólicamente a su hogar, del que salió tempranamente para vivir en otro lado del mundo. La artista aprovecha el imaginario doméstico y tradicional de la cerámica, al que ve como un instrumento accesible, que a diferencia del bronce, el mármol, o la tecnología, no crea una distancia “respetuosa” entre el espectador y la obra, sino una relación horizontal por su uso cotidiano, “una terracota te remite a las macetas, tejas y tiestos, una loza a la cocina o al baño, una porcelana al gabinete de la abuela. También, puede evocar fácilmente a la arqueología, a la historia de la humanidad expuesta en los museos”. Sin embargo, Espinosa, al crear no necesariamente se ve comprometida con el material, más bien lo considera un medio que posibilita la elaboración de un concepto o intuición previa que sobrepasa la experimentación formal.

Parte utilitaria de la serie Esto será demolido
Cerámica y esmaltes
2019, fotografía Martina Orska

Terracota esmaltada y arcilla líquida
132 x 147 x 104 cm.
2008
El trabajo de Natalia, distingue la ausencia en las cosas, y delinea mediante la maleabilidad del medio la blandura de la noción de las mismas. La artista encuentra la poética en la producción, reproducción y sentido de los rituales que concebimos y nos alientan a vivir, con un fin que pareciera poder deducirse, pero que en el recorrido se resuelve variadamente. Al crear, prepara manjares contemplativos, desafía el ritmo de la vida a través de la calma, une la magia con la idea de fe que le ponemos a todo, y modifica alegóricamente la forma y posición de la tierra, con el fin de recordarnos nuestra relación cada vez más extinta con la naturaleza.

Casa de cerámica, mesa de madera, plomada de cerámica, cuerda de algodón, pella de arcilla y bloque calado.
Tamaños variables
2019, fotografía Pepe Avilés
Para la artista, la pandemia “ha relativizado el futuro con respecto al presente”, lo que ha hecho que perciba esta época, a modo de una valiosa interrupción del desmedido sistema de consumo en el que vivimos. Actualmente, se encuentra “elaborando una serie que reinterpreta algunos motivos de la cerámica precolombina, utilizando materiales desechables e industriales que halla en la basura.