“El crimen ocurrió, como ocurren casi todos los asesinatos selectivos en este país: dos sicarios en moto se le acercaron y le dispararon a la cabeza y huyeron…”.
Los comentarios en torno a este crimen fueron:
“Mataron la expresión popular”.
“Decía lo que nadie se atrevía a decir”.
“Es un crimen contra la verdad”.
Estas frases las he tomado de la edición del 14 de agosto de 1999 del diario colombiano EL PAÍS, cuando informaba sobre el asesinato del periodista Jaime Garzón.
En esa nación se hizo cotidiano callar a quienes denunciaban la corrupción, ¡asesinándolos!. Muchas veces, quien había señalado un acto de corrupción era asesinado apenas salía del medio de comunicación que le dió espacio para su denuncia.
Un tiempo después, los grandes corruptos que se creían intocables, ya no se conformaban con ordenar el asesinato de quienes los mostraban ante la sociedad, sino que empezaron a atacar las instalaciones de los medios de comunicación. Y posteriormente los ataques empezaron contra los propietarios de los medios, también contra los fiscales y los jueces.
La locura se apoderó de quienes se creían intocables. La corrupción les hizo borrar los límites de la razón. Y cuando se desprecia la vida de las personas, cuando más valor tienen las ganancias de negocios oscuros, se está ante una sociedad en decadencia.
En Ecuador, hay demasiados asesinatos impunes de personas que denunciaron la corrupción de políticos que se creen intocables, de políticos que se jactan de manera pública de seguir los códigos de la mafia, pero todavía estamos a tiempo de evitar entrar en la vorágine que arrastrará a millones de familias al infierno de la miseria absoluta.
Encontrar y castigar a los culpables de las personas asesinadas por denunciar la corrupción, debería ser la obligación del Presidente Lenin Moreno, y el compromiso formal de quienes aspiran presidir nuestro país desde el próximo año.
Abrir enlace: https://youtu.be/sF2InmynRjE