
La política debe ser a veces abordada como una fenomenología de la locura, ya que muchos de los políticos son narradores y actores de su propio desquicio, transformando sus autoficciones en el Tratado Político con el que controlan a sus fans.
Los pueblos solo se curarán de sus aspiraciones patológicas cuando la educación y la pedagogía política introduzcan la duda en el espíritu de la sociedad frente a dogmas y teorías.
El tratamiento moral que requiere la masa enferma de fanatismo, depende más bien de un trabajo sobre el inconsciente colectivo, ya que está afectado por la construcción de demagogias que siempre marcan senderos demasiado esperanzadores y acomodan al pueblo a la pereza que puede generar la espera.
Por lo tanto, este proceso social y cultural de nuestra sociedad hay que revertirlo, a través de un trabajo que destrabe tanta esperanza perezosa en el cuerpo social de nuestra Nación.
TIRO: 56